No debía ser fácil para una mujer andaluza del siglo XVII ser artista y ejercer como tal. Y no sólo esto, sino tener el valor de vivir del arte y mantenerse ella y su familia con esta actividad. La hija del escultor Pedro Roldán, que la posteridad conocerá con el sobrenombre de la Roldana, nació en Sevilla un caluroso mes de agosto de 1652. Es una época de epidemias, riadas y malas cosechas. Sin embargo, los imagineros sevillanos trabajan sin denuedo. No cesan los encargos para retablos de iglesias e imágenes titulares de cofradías. Y no eran pocos ni faltos de prestigio y buen hacer los talleres sevillanos. Unos años antes había fallecido Martínez Montañés, y su padre Pedro Roldán -formado en la escuela granadina de Alonso de Mena,- se convierte en una figura de primer nivel. Los encargos se multiplican y tiene que hacerse ayudar por sus hijos para cumplir con ellos. También por su hija Luisa, que se ha ido formando en el taller familiar y adquiriendo en él destreza y oficio.
Con su padre, acometerá importantes tallas y se convertirá en una imaginera de primer orden. Circunstancias muy particulares van a irla llevando a independizarse del taller familiar y afrontar sola su carrera. Sin duda es determinante que se enamorara de otro escultor: Luis Antonio de los Arcos. La decisión de casarse con él no gustó a su padre, hecho que la llevó a independizarse de la actividad artística familiar. No es fácil el arranque de la nueva familia. Dos escultores, intentando abrirse camino, y en el que al parecer el marido incumplía algunos contratos, situación a la que Luisa tenía que poner remedio “entre embarazos, partos y muerte prematura de sus niños, debió de atender las necesidades de su hogar y muy presumiblemente ayudada por su padre”.
A partir de entonces, la actividad artística de la Roldana no se desarrolla sólo en Sevilla. Comienzan a llegarle encargos de Cádiz y allí se traslada la familia. Es un momento especialmente rico para Cádiz y los encargos les llueven al matrimonio, que deja su huella artística en numerosas iglesias gaditanas. Pero llegará el período más interesante para la Roldana. Por primera vez en la historia, una mujer, una artista obtiene el título de Escultora de la Corte. Porque desde 1689, la Roldana se encuentra con su marido en Madrid. Su fama la lleva a la capital como a tantos otros artistas. Allí va a nacer otra de sus hijas, pero es en 1692 cuando es nombrada Escultora de Cámara de Su Majestad el Rey Carlos II. Años después, en 1701, y muerto ya el monarca anterior, Luisa Roldán es nombrada Escultora de la Casa Real de Su Majestad Felipe V. Los años de Madrid son años espléndidos, y su obra se multiplicará. Luisa muere en Madrid el 10 de enero de 1706.
Una vida excepcional que la historia y su legado artístico nos ha permitido conocer. No es un caso único de mujer artista en aquella época, pero, como escribe Ana Aranda Bernal, “ni fue una excepción en la práctica artística, sino en cuanto a las circunstancias que dieron lugar a su visibilidad mientras vivió y a la pervivencia de su memoria en los siglos siguientes”. Porque “siempre es importante estudiar las condiciones históricas concretas en las que se ha desarrollado la creatividad, pero esto se incrementa en el caso de las mujeres y se convierte en imprescindible descubrir los resquicios que ellas encontraron para poder compaginar dos situaciones contradictorias, ser mujer y ser artista”.
El rincón de la mujer emprendedora
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