domingo, 16 de marzo de 2014

EL JUEGO DE TÉ

En una escuela hubo un concurso: el primer premio era un bonito juego de té color azul. Todas las niñas deseaban ganar y fue Mariana quien se llevó el premio. Feliz regresó a su casa para enseñárselo a su madre.


Al día siguiente, Julia, su amiguita, vino bien temprano para jugar con ella. Mariana no podía, tenía que salir con su madre. Entonces Julia le pidió prestado su juego de té para jugar sola en el jardín. Se resistió un poco, pero ante la insistencia de Julia cedió; no sin antes hacerle la recomendación de que lo cuidara mucho.
Mariana tardó en volver y cuando llegó a su casa fue al jardín. Gran sorpresa se llevó… Se quedó pasmada al ver todo su juego de té tirado en el suelo. Faltaban algunas tazas, los platitos y la bandeja estaban rotos.

... Comenzó a llorar y enfadada fue a desahogarse con su made: "¿Ves mamá lo que me hizo Julia? Le presté mi juego de té y ella lo maltrató todo y rompió".

Totalmente descontrolada Mariana quería ir a reclamarle a Julia. Pero su madre cariñosamente le dijo: "Hijita, ¿te acuerdas cuando saliste con tu vestido nuevo todo blanco y un coche que pasaba te salpicó de lodo tu ropa? Al llegar a casa querías lavarlo inmediatamente pero tu abuelita no te dejó. Ella te dijo que había que dejar que el barro se secara, porque sería más fácil quitar la mancha después; y así fue. Pues ahora pasa lo mismo con tu enfado. Es preferible dejar que la ira se seque primero, después será más fácil resolver todo. Ahora dirías cosas que podrían herir a tu amiga e incluso podrías perder su amistad; y luego te arrepentirías”.

Mariana en su enfado no entendía todo muy bien, y aunque quería reclamarle a Julia, decidió seguir el consejo de su madre y fue a ver la televisión.

Un rato después sonó el timbre de la puerta… Era Julia… traía una caja en las manos y sin más preámbulo le dijo: "Mariana, ¿recuerdas al niño malcriado de la otra calle, el que nos molesta? Él vino para jugar conmigo y no lo dejé porque creí que no cuidaría tu juego de té, pero él se enfadó mucho y destruyó el regalo que me habías prestado. Entonces fui llorando a contárselo a mi madre. Ella me calmó y me llevó a comprar otro igualito, para ti. ¿Estás enfadada conmigo? ¡No fue mi culpa!
"¡No hay problema, no te preocupes!”, contestó Mariana. “¡Mi ira ya se secó!” Y le dio un fuerte abrazo a su amiga; la tomó de la mano y la llevó a su cuarto para contarle la historia del vestido nuevo ensuciado de lodo.

La ira nos ciega e impide que veamos las cosas como realmente son. Por ello es preciso no reaccionar violentamente. Así evitaremos cometer injusticias y ganaremos el respeto de los demás. Ante la ira se requiere de moderación, serenidad y humildad.

¡Hay que dejar secar la ira!


El rincón de la mujer emprendedora

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