El amor romántico y la
violencia de género
El
amor romántico en ningún momento habla de relaciones igualitarias, todo lo
contrario. Indica que el verdadero amor es ciego, incondicional,
irrenunciable, se le puede y se le debe entregar la vida entera y no acepta
cuestionamientos ni dudas ni traiciones ni siquiera de pensamiento puesto que
sino, no sería un verdadero amor. En realidad, es un marco ideal para las
relaciones de maltrato.
Y
así lo señalaba ya en 1988 un informe de la Oficina del Defensor
del Pueblo, uno de los primeros que se dedicaron íntegra y directamente al
análisis de la violencia de género: “También debemos resaltar (entre los
factores de vulnerabilidad a la violencia contra las mujeres en la pareja) el
concepto de amor romántico, con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y
entrega que todavía se les inculca a algunas mujeres. Esta forma de amar puede
generar angustia y sometimiento total y absoluto a la pareja”.
Y
esto es así porque, como señalan Rosaura González y Juana
Santana, quienes asumen este modelo de amor romántico y los mitos que de él se
derivan tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia y de permitirla
puesto que consideran que el amor (y la relación de pareja) es lo que da
sentido a sus vidas y que romper la pareja, renunciar al amor, es el fracaso
absoluto de su vida (y no la promesa de una vida mejor). Que, como el amor todo
lo puede, han de ser capaces de allanar cualquier dificultad que surja en la
relación y/o de cambiar a su pareja (incluso aunque sea un maltratador) lo que
las lleva a perseverar en esa relación violenta; que la violencia y el amor son
compatibles (o, incluso que ciertos comportamientos violentos son una prueba de
amor, como veíamos en el mito de los celos) o en el afán de posesión y los
comportamientos de control ejercidos por su maltratador como una muestra de
amor, llegando, incluso a sugerirse que el amor sin celos no es amor, y
trasladando la responsabilidad del maltrato a la víctima por no ajustarse a
dichos requerimientos. En definitiva, y como señalan estas mismas
autoras: “un romanticismo desmedido puede convertirse en un serio
peligro”.
Por
si todo esto fuera poco, como diría Lagarde, además, el amor, como
distorsionador social, permite mirar con mucha tolerancia los defectos
masculinos. Parece entonces que estamos metidas en un círculo vicioso.
Estamos cansadas, muy cansadas, de esos “defectos” masculinos, que en ocasiones son más, mucho más que defectos (no volveré a enumerar la violencia, la trata con fines de explotación sexual…) Y, sin embargo, no conseguimos desarticular esa concepción tan dañina del amor que impregna nuestra cultura y que nos hace dar vueltas en torno a la maldita pregunta: Si soy tan inteligente… ¿por qué me enamoro como una imbécil?
Estamos cansadas, muy cansadas, de esos “defectos” masculinos, que en ocasiones son más, mucho más que defectos (no volveré a enumerar la violencia, la trata con fines de explotación sexual…) Y, sin embargo, no conseguimos desarticular esa concepción tan dañina del amor que impregna nuestra cultura y que nos hace dar vueltas en torno a la maldita pregunta: Si soy tan inteligente… ¿por qué me enamoro como una imbécil?
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