Un mercader persa había conseguido un ejemplar
de una especia rarísima de ave. El pájaro estaba acostumbrado a la libertad, y
la vida enjaulado le resultaba muy penosa. El mercader le tomó cariño al ave, y
decidió aliviar su cautiverio. Le propuso que
expresara un deseo y se lo concedería inmediatamente. Por supuesto, el ave no
podía pedir la libertad.
- Este es mi deseo. Quiero que vayas a la selva, y
cuando encuentres a uno de mi especie, le cuentes la penosa situación en la que
me hallo. Solo tienes que decirle que estoy enjaulado. Nada más. Luego debes
contarme su reacción.
- Me parece un deseo muy modesto. No comprendo
porqué te contentas con tan poco, pero haré lo que dices.
El mercader se dirigió a la selva, y después de
mucho buscar descubrió otro ejemplar de esa rarísima especie.
- Pájaro, por favor ven aquí. No temas no quiero
capturarte. Solo quiero cumplir el deseo de un semejante tuyo. Me ha encargado
que te anuncie que un hermano tuyo está enjaulado en mi casa. Su mayor deseo
era que te lo hiciera saber.
En cuanto escuchó esta palabras, el ave cayó
desplomada. ¿Estaba muerta?. Parecía que la vida le había abandonado de pronto.
El mercader estaba desolado y no lograba explicarse
lo sucedido. Tal vez el ave era muy sensible y la noticia del cautiverio de un
semejante suyo había provocado una emoción fatal.
De vuelta a casa, el hombre se apresuró a contarle
lo sucedido al prisionero, según lo acordado. En cuanto el mercader terminó de
hablar, el ave cayó desplomada. Exactamente igual que su semejante en la selva.
Una vez más, el mercader atribuyó lo sucedido a la
extrema sensibilidad de estos animales.
"Probablemente la muerte de un semejante suyo
le ha causado una profunda impresión. He cometido un error. No tenía que haber
enjaulado a un pájaro tan sensible. Habría hecho mejor dejándolo en libertad.
¡Ahora entiendo porque hay tan pocos ejemplares de
esta especie! Lo menos que puedo hacer por su noble alma es enterrarle".
El mercader abrió la jaula y sacó al prisionero, que
estaba completamente inerte.
Le colocó un momento en el alfeizar, mientras
seguía observándole, muy compungido por el cariz que habían tomado las cosas.
Entonces el ave, como si hubiera vuelto a la vida,
dio un respingo y con un aleteo rapidísimo salió por la ventana.
- Ahora entenderás porque mi hermano, en la selva,
cayó desplomado cuando le dijiste que yo estaba enjaulado. Gracias a él puedo
huir y volar libre por el cielo. Fue él quien me sugirió lo que debía hacer:
simular que estaba muerto.
El ave saludó a su carcelero, que le seguía con la
mirada estupefacto.
El rincón de la mujer
emprendedora
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