Hace un par de años,
un artículo publicado en The Atlantic sacudió los cimientos de la civilización occidental, al menos en lo que respecta a los roles de género. Bajo el nombre de El final de los hombres, la autora del reportaje, Hanna Rosin, anunciaba que la tendencia milenaria que señalaba la supremacía de los hombres sobre las mujeres estaba cambiando y, por fin, las mujeres estaban mejor preparadas, ocupaban más puestos de responsabilidad y, en definitiva, en el futuro iban a ser más relevantes que los hombres, que estaban asistiendo a su propio declive sin saber cómo reaccionar. Una arriesgada tesis que la autora justificaba a partir de criterios demográficos (cada vez nacen más mujeres), sociales (ellas sacan mejores notas y tienen una mejor formación) y culturales (las nueva formas de relaciones sexuales han favorecido la libertad de las mujeres y las han ayudado a mejorar socialmente).
La afirmación de la autora, como era de esperar,
no dejó indiferente a nadie. Un par de años más tarde, Rosin vuelve a la carga
y publica The End of Men –esta vez matizado adecuadamente con
el subtítulo And the Rise of
Women– que ha reeditado la polémica de aquel artículo. La tesis, esta vez
relatada a lo largo de más de 300 páginas, vuelve a ser la de aquel artículo:
que el dinero, la educación y el poder están predestinados a acabar en las
manos de las mujeres en el futuro inmediato. Principalmente, señala la autora,
porque las características que habían distinguido al hombre durante siglos
(como su fuerza física) ya no son necesarias en la sociedad contemporánea,
mientras que las que
habitualmente se han vinculado con el género femenino, como la empatía, la
sensibilidad social y la inteligencia emocional, son las que marcan la
diferencia hoy en día.
Alguno de los datos aportados por Rosin son
difícilmente discutibles: si durante los años sesenta, el 6% de los ingresos de los
hogares americanos eran proporcionados por mujeres, hoy en día significan ya el
40%. Y de los 30 sectores laborales que más se espera que crezcan en los
próximos años, 20 están liderados por mujeres. Existe un hilo conductor que
explica este auge de lo femenino frente a lo masculino: básicamente, que las
mujeres tienen una capacidad de adaptación mucho mayor que la de los hombres,
por lo que han sabido posicionarse ante las exigencias del mundo laboral
contemporáneo. Otra explicación proporcionada por Rosin es, por discutible que
pueda parecer, que la decisión de muchas personas de no mantener una pareja
estable ha beneficiado a las mujeres, que ya no se ven obligadas a mantener
relaciones “distractivas”. Es decir, cada vez hay menos mujeres atadas a las
tareas del hogar.
¿Mejores habilidades, más estrés?
El análisis de Rosin no se fija únicamente en
las mujeres de los grandes centros urbanos cuyos trabajos están relacionados
con los conocimientos y las habilidades sociales, sino que también proporciona
evidencia que pone de manifiesto que en las regiones industrializadas, la clase
trabajadora femenina ha superado a la masculina. ¿La razón? Que los antiguos empleos “de cuello
azul” han desparecido y, con ellos, muchos hombres han perdido sus puestos de
trabajo, por lo que han de ser las mujeres las que consigan el sustento
para la familia. Una tesis compartida por hombres como el periodista Dan Abrams, el autor de Man Down (Abrams Image), cuyo subtítulo
resume bien cuál es el objeto del texto: “Pruebas más allá de la duda razonable
que las mujeres son mejores conductoras, policías, jugadoras, espías, líderes
mundiales, catadoras de cerveza, administradoras de fondos de inversión, además
de todo lo demás”. O, como lo definía el Wall
Street Journal, “una provocadora colección de ensayos pro-mujeres”.
Sin embargo, todo avance social tiene su
contrapartida. Como publicaba The
New York Times este mismo mes
de septiembre, por primera vez en décadas, la esperanza de vida en las mujeres
del mundo occidental ha descendido. En concreto, las mujeres sin estudios viven
cinco años menos de media (73) que en 1990, algo que no ocurría con los
hombres, cuya esperanza de vida tan sólo se ha recortado en tres años. Por otra
parte, las críticas a Rosin no se han hecho esperar. Por ejemplo, en las
páginas del Sunday Times, Jenni Russell señalaba que el ensayo “es un
intento fascinante de capturar la realidad de los grandes cambios sociales,
pero su conclusión de que el mundo valora más las cualidades de las mujeres que
las de los hombres y que estos deban
parecerse más a las mujeres para tener éxito no es convincente”.
Maniqueísmo femenino
Desde luego, a lo que sí ha dado lugar estos
libros es a un bonito repertorio de sustantivos y epítetos con que señalar las
diferencias entre hombres y mujeres. El término “mancession” (algo así como
“hombrecesión”, mezcla de “hombres” y “recesión”), acuñado por Rosin en el
artículo primigenio, ha sido empleado con frecuencia para calificar esta
tendencia. Además, la editora de The
Atlantic utilizaba la
recurrente metáfora material para señalar las diferencias entre ambos: las mujeres son de “plástico”,
porque son adaptables, y los hombres son de “cartón”, rígidos y resistentes al
cambio. Una división maniquea que muchos han considerado como la revisión
femenina e interesada del habitual, y frecuentemente denigrado “las mujeres son
de Venus y los hombre son de Marte”.
Otro libro que ha abordado la misma problemática
es The Richer Sex, de Liza Mundy, que asegura que el
futuro es de las mujeres. Un cambio que se reflejará en todas las costumbres de
ambos sexos: “en las citas, relaciones, matrimonios, planes, cocina, limpieza,
entretenimiento, discusiones, sexo, crianza y felicidad”, como indica la propia
Mundy. Bajo el subtítulo de Cómo
la nueva mayoría de mujeres que sostienen a sus familias está transformando el
sexo, el amor y la familia, Mundy cuenta cómo se ha producido lo que llama
“el gran cambio”, es decir, “un giro profundo en la balanza del poder
económico, un sorprendente cambio de roles, que no fue planeado y apenas se
pudo prever, y que se deslizó por la puerta de atrás mientras nadie miraba”.
¿Pero realmente hay para tanto? Y, más aún, ¿no será este auge de lo femenino,
más bien,una consecuencia indirecta de la decadencia de lo masculino?
Reescribiendo al hombre
Lo que en estos ensayos se sugiere como
correlato no es tanto el auge de las mujeres en cuanto agentes sociales como el
declive de los hombres, despistados y sin referentes claros en un momento histórico en el que la
masculinidad clásica y sus representaciones han sido sometidas a la
deconstrucción sistemática. Otros dos libros publicados el pasado año han
intentado dar respuesta a esta situación del macho moderno, desde un prima
quizá un tanto frívolo y humorístico, pero que en el fondo intentan redibujar
la situación del hombre en una sociedad donde las antiguas virtudes que
caracterizaban al género masculino (hombría, fuerza, determinación) ya no son
vistas de manera tan positiva.
Por una parte se encuentra Man Up! del periodista deNewsweek, Wired y Slate Paul O’Donnell, que prometía
“367 habilidades clásicas para el hombre moderno”, y que abordaban desde la
manera correcta de coger a un bebé al desarrollo de capacidades laborales
(¿cuándo he de dejar mi trabajo? ¿Cómo consigo otro nuevo?), pasando por
aspectos más frívolos como un buen corte de pelo o cuál es la mejor herramienta
para afeitarse. Lo más llamativo del libro es que hace referencia a una serie de cualidades que, en
décadas anteriores, se habían relacionado con el éxito femenino y su necesidad de mantener una
apariencia y actitudes irreprochables.
Quizá el último y más definitorio ensayo en este
sentido sea Manning Up: How
the Rise of Women Has Turned Men into Boys (Basic Books), publicado en marzo de
este mismo año, y que apunta directamente al corazón del asunto, haciendo gala
del mismo sentido del humor que el resto de ensayos: en él, la autora del Wall Street Journal Kay Hymowitz señalaba que durante la última década
habían aparecido signos innegables de la aparición de una nueva figura en la
sociedad, el “niño-hombre” que transita tanto las películas de Adam Sandler como en las de Judd Apatow (Virgen a los 40) y que
explican el éxito de publicaciones como la revistaMaxim. Hymowitz señala
que, para los hombres de entre 20 y 40 años, ha aparecido una nueva fase en la
vida, una posadolescencia en la que ya no están obligados a madurar por
completo, sino que pueden permitirse vivir en una infancia infinita hasta que
los 40 les obligan a madurar. Algo que no ocurre, sin embargo, con las mujeres,cuyo
reloj biológico las impele a afrontar con mayor premura retos como la
maternidad.
Robin escribía, precisamente, en The End of Men, que “el fin
no tiene por qué ser un estado permanente de existencia”. Quizá el problema
no es que el hombre haya llegado a su fin, sino que al igual que lo que ocurrió
con la mujer en las últimas décadas del siglo XX, simplemente esté volviendo a
reescribir su rol para volver con más fuerza en las próximas décadas.
Fuente: El confidencial
El rincón de la mujer empendedora
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