¿Te has preguntado alguna vez por qué las mujeres, a pesar de ser quienes dan vida, han sido sometidas a roles secundarios a lo largo de toda la historia? O tal vez, ¿por qué se nos ha considerado siempre como el sexo débil?
Si bien es cierto que la vida se crea a partir de la fertilización del óvulo por el espermatozoide; la responsable y única habilitada para hacer crecer esa vida es la mujer, es su cuerpo como templo sagrado que sostiene y alimenta. Los hombres, por mucho que lo intenten, no pueden hacerlo. Con semejante proezas, las mujeres deberíamos ser admiradas por nuestra gran fortaleza y capacidad. Sin embargo, la realidad cotidiana nos muestra el menosprecio, la esclavitud, la violencia, el rechazo y el abandono que como género siempre somos susceptibles de padecer. ¿Qué sucede entonces? ¿Por qué las mujeres, si son tan poderosas en su calidad de origen, aceptan tal menosprecio? Porque han sido culturalmente amaestradas, domesticadas, incluso tratadas como cosas por los hombres.
En los tiempos más arcaicos, fueron condenadas, sesgadas y arrebatadas. Pero la tierra, la energía y la vida se corresponden a voces femeninas. Las primeras divinidades también lo fueron. En la actualidad, y desde hace unos años, la inquietud de las mujeres ha avanzado a lo largo del mundo, y hemos tomado lugares que antes estaban reservadas sólo a los hombres…
Sin embargo, en el avance del feminismo y la igualdad entre hombre y mujer no es todo positivo. No se trata de ser equivalentes, sino de despertar a descubrir nuestro valor personal, a romper las cadenas de la opresión y silenciar al ego. Se trata de recuperar la fe, la magia, la dulzura, a sabiendas de que le son correspondidas a la mujer.
Una mujer despierta es un canto a la vida, es un desorden de ideas en movimiento, un eclipse de creatividad y razón, un cúmulo de sensaciones que se expanden hacia adelante; un ritual de poder y sensibilidad; un conjunto de metas y logros, una montaña rusa de emociones.
El rincón de la mujer emprendedora
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